En las últimas fases de la Primera Guerra Mundial, Finlandia vivió una sangrienta guerra civil, entre los prosoviéticos y las unidades "blancas", cuyos mandos provenían mayoritariamente del ejército zarista.
En las últimas fases de la Primera Guerra Mundial, Finlandia vivió una sangrienta guerra civil, entre los prosoviéticos y las unidades "blancas", cuyos mandos provenían mayoritariamente del ejército zarista. A finales de los años treinta, las demandas soviéticas habían alcanzado cotas insoportables, en virtud del tratado suscrito entre Ribbentrop y Molotov, el 23 de agosto de 1939, en el que Finlandia había quedado en la esfera de influencia soviética. Los finlandeses respondieron con una rotunda negativa y con el fortalecimiento de lo que se daría en llamar la Línea Mannerheim, una cadena de fortificaciones de campaña a lo largo del istmo de Karelia, vía de penetración natural desde Rusia. Stalin, totalmente ignorante de la realidad, creía que la mayo parte de la población finlandesa acogería con los brazos abiertos al Ejército Rojo, viéndolo como un libertador, pues Finlandia era una nación de trabajadores comunistas que se encontraban oprimidos por una dictadura burguesa. Pronto comprobaría cuán equivocado estaba.